Nana
Ni mil Vesubios en erupción,
ni el rey titán de los icebergs
al morir de hielo en transpiración,
ni las musas danzando,
ni el aullante alarido
de un ejército de mil bastardos,
ni la mismísima Santa Teresa, ojos hacia el cielo
y flechas de torbellino orgásmico,
podrían competir, jamás,
al deseo
de canibalismo latente que me devora
cuando cabalgamos con la brújula que nos dio Eros.